El Nuevo Orden Mundial frente a la
familia
Las amenazas a la familia
por José Martín Brocos
Fernández
Fuerzas
poderosas ancladas en el inmanentismo antropocéntrico tratan de subvertir el
orden natural y social establecido por la ley natural. Son organismos
internacionales políticos y económicos los promotores visibles de esta guerra
imperialista no convencional contra la civilización cristiana, y que persigue la
instauración de un nuevo orden mundial totalitario y uniformador (Schooyans,
2002).
Pautas generales educativas. Padres,
Estado e Iglesia.
Los padres son “los primeros y
principales educadores de sus propios hijos” (Juan Pablo II, 1994:16,8). El
deber, que constituye grave obligación, de los padres de educar virtuosamente a
los hijos, forma parte de sus obligaciones insustituibles e inalienables
(Gravissimum educationis, 1965:3,1,2; Juan Pablo II, 1981:36,1,2). Cumple a los
padres inculcar a los hijos “los valores esenciales de la vida humana” y “una
justa libertad ante los bienes materiales, adoptando un estilo de vida sencillo
y austero, convencidos de que `el hombre vale más por lo que es que por lo que
tiene´” (Juan Pablo II, 1981:37,1). Deben adquirir los hijos el sentido de la
justicia que les conduzca al respeto de la dignidad humana y a que predomine en
ellos la generosidad en el servicio y el sacrificio hacia los demás (Juan Pablo
II, 1981:37,2). Los padres deben educarles para el amor como donación de sí
mismos; por ello la educación sexual debe ofrecerse clara y delicadamente, y
enlazada con los principios morales (Juan Pablo II, 1981:37,3,4,7; Pío XI,
1929:41,2). Es por tanto irrenunciable la educación en la virtud de la castidad
que implica un aprendizaje del dominio de sí y supone una necesaria preparación
para lograr la madurez gradual de la personalidad (Juan Pablo II,
1981:37,5.39,1, 2003:92,1).
El Estado comparte la tarea educativa en
virtud del principio de acción subsidiaria de la autoridad (Gravissimum
educationis, 1965:3,2; Pío XI, 1929:22,3,4), debiendo respetar en todo momento
“los derechos innatos” de la Iglesia y de la propia familia a la
educación cristiana (Pío XI, 1929:24,3), y promover una educación integral de la
persona humana, incluida la formación religiosa y moral (Gravissimum
educationis, 1965:7,1), pues la denominada escuela neutra o laica, prohibida a
los niños católicos (Pío XI, 1929:48), y que siempre está ideologizada por
poderosas corrientes inmanentistas (León XIII:1884:15) y es confesionalmente
anticatólica, limita y cercena las posibilidades educativas de desarrollo y
perfección del educando y de sus posibilidades morales, ocultando la dimensión
central de la realidad personal (Pío XI, 1929:36.38). Por el contrario, la
escuela católica (…) educa a sus alumnos para conseguir eficazmente el bien de
la ciudad terrestre y los prepara para servir a la difusión del Reino de Dios, a
fin de que con el ejercicio de una vida ejemplar y apostólica sean como el
fermento salvador de la comunidad humana (…) [Por ello los padres tienen] “la
obligación de confiar sus hijos (…) a las escuelas católicas, de sostenerlas con
todas sus fuerzas, y de colaborar con ellas” (Gravissimum educationis,
1965:7,3.8,4).
De ahí que la ausencia de religión en el
matrimonio y de la pérdida de estabilidad de la alianza conyugal
reporte múltiples calamidades sobre las familias y sobre las sociedades y se
malogra la educación de los hijos (Gutiérrez García, 2001:173; León XIII,
1880:15,16,17; Pío XI, 1929:39). Es por ello, como bien apunta Gutiérrez García
(2001:194) que
Los gobiernos incumplen su misión
educativa, cuando se ponen al servicio dócil de ideologías, que de manera
abierta o en forma encubierta predeterminan los contenidos de la enseñanza o
canalizan la educación por derroteros contrarios al correcto sentido real del
hombre y a los deseos de las familias. Es el educativo uno de los sectores, en
que se padece en la actualidad el desvío de ciertos Estados en lo que respecta a
su alta misión subsidiaria de la comunidad civil.
La misión educativa de la Iglesia tiene un papel
específico a ejecutar. Debe vigilar toda la educación de sus hijos, los fieles,
en cualquier institución, pública o privada, no sólo en lo referente a la
enseñanza religiosa allí dada, sino también en toda otra disciplina y en todo
plan cualquiera, en cuanto se refiere a la religión y a la moral (…) para
preservar a sus hijos de los graves peligros de todo veneno doctrinal y moral.
Además, esta vigilancia de la
Iglesia (…) reporta eficaz auxilio al orden y al bienestar (…)
manteniendo a la juventud alejada de aquel veneno moral, que en esa edad
inexperta y tornadiza suele tener más fácil entrada y pasar más rápidamente a la
práctica. Pues sin una recta formación religiosa y moral –como sabiamente
advierte León XIII- toda la cultura de las almas será malsana: los
jóvenes, no habituados al respeto de Dios, no podrán soportar norma alguna de
honesto vivir, y sin ánimo para negar nada a sus deseos, fácilmente se verán
inducidos a trastornar los Estados. (Pío XI,
1929:13,2,3)
En idéntica línea señala Gutiérrez
García (2001:195,196) que:
La Iglesia tiene exclusiva competencia en lo que concierne a
“las verdades de fe y de la moral reveladas, e indirectamente y sin exclusividad
todas las disciplinas y enseñanzas humanas, tanto en el desarrollo de las
distintas materias, como en cuanto al juicio autorizado sobre el contenido de la
enseñanza, respecto de su conformidad o disconformidad con la educación
cristiana. Este derecho, que es deber (…) posee una extraordinaria eficacia
inmunizadora contra el error.
Persigue igualmente la madurez total de
la persona humana y que el bautizado gradualmente vaya intimando con Dios y
contribuya con su vida “al crecimiento del Cuerpo de Cristo” (Gravissimum
educationis, 1965:2; Juan Pablo II, 1994:39,2; Pío XI, 1929:11).
La perfección educativa.
El hombre “está llamado a vivir en la
verdad y el amor” y a realizarse en plenitud mediante “la entrega sincera de sí
mismo” (Juan Pablo II, 1988:7,12.7,14, 1994:16,1). De ahí que la verdadera
educación consiste en obtener lo mejor de uno mismo, que pasa ineludiblemente
por el propio y auténtico conocimiento y dominio, que indefectiblemente camina
en paralelo, en concomitancia directa, al conocimiento de Dios, pues como afirma
San Agustín “Dios es más interior a mi mismo que yo mismo”. Por ello “no puede
existir educación completa y perfecta si la educación no es cristiana” (Pío XI,
1929:5) ya que “la educación (…) abarca a todo el hombre, individual y
socialmente, en el orden de la naturaleza y en el de la gracia” (Pío XI,
1929:9,5). El hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios (Gen. 1, 26-27)
e inferimos por tanto como correlato la necesidad que para conocerse a uno
mismo haya que buscar la profundidad del conocimiento y del amor de Dios. Juan
Pablo II (1994:19,10) expresa con claridad que “la fuente más rica para el
conocimiento del cuerpo es el Verbo hecho carne. Cristo revela el hombre al
hombre”. El hombre se convierte en un extraño a si mismo si no conoce a Dios.
La familia cumple una misión
insustituible e irremplazable cual es la de promover los altos valores
espirituales y morales, y es el lugar más apropiado y eficaz para culminar el
proceso de madurez personal (Consejo Pontificio para la Familia, 2004:960-962) en su
cuádruple expresión física, psicológica, espiritual y afectiva.
La “fase de la autoeducación” llega cuando el hombre posee un grado de madurez
psicofísica tal que puede tomar opciones responsables acorde con la recta razón
(Consejo Pontificio para la
Familia, 2004:663-666), y se vincula siempre con esa primera
etapa educativa en que se han creado las “raíces existenciales” (Juan Pablo II,
1994:16,9,10).
Por ello la importancia vital y
existencial de formar integralmente al educando en este primer periodo
educativo. Declara en este sentido el Sagrado Concilio que “los niños y
adolescentes tienen derecho a que se les estimule a apreciar con recta
conciencia los valores morales y a aceptarlos con adhesión personal y también a
que se les estimule a conocer y amar más a Dios” (Gravissimum educationis,
1965:1,3). En el campo de la educación religiosa, “la familia es insustituible”
(Juan Pablo II, 1994:16,13). Deben los padres introducir a los hijos
progresivamente en el descubrimiento del misterio de Dios y en la oración (Juan
Pablo II, 1994:60,1,2). Es más, hay obligación “a ser exigentes con ellos en lo
que atañe a su crecimiento espiritual. Se les debe indicar el camino de la
santidad, estimulándolos a tomar decisiones comprometidas en el seguimiento a
Jesús, fortalecidos por una vida sacramental intensa” (Juan Pablo II,
2003:62,2). Se deben celebrar los Sacramentos “con el máximo esmero y poniendo
las condiciones apropiadas” (Juan Pablo II, 2003:74). Insiste Juan Pablo II
(2003:75,76,78,79) para experimentar “la alegría de una verdadera liberación (…)
sin encerrarse en su [la] propia miseria”, en la confesión de los pecados
personal con absolución individual, en la imperiosa necesidad de la oración
personal, de incentivar continuamente la “fe en la presencia real y permanente
del Señor en el Sacramento del altar”, y en el rezo del Santo Rosario.
Pero esta necesaria y debida influencia
educativa familiar se ve minada por el ataque directo contra la misma
institución familiar por parte de los enemigos de la familia. Nos encontramos
frente a una verdadera guerra con una auténtica planificación estratégica,
táctica y operativa. Se quiere “deconstruir” la familia (Consejo Pontificio para
la Familia,
2004:583), diluir los derechos, deberes, obligaciones y responsabilidades de los
padres; se quiere, violando el justo principio de subsidiaridad, subsumir
mundialmente, -pues previamente se ha eliminado la plena soberanía nacional
incluso en el ámbito educativo transvasándola a organismos supranacionales
dependientes de la
ONU-, la competencia de enseñanza en todos los ámbitos,
sin cortapisas, para reducir al hombre mediante una educación desnaturalizada y
radicalmente inmanentista de pretensiones mesiánicas, en un simple consumidor
ególatra, “esclavo de su ciego orgullo y de sus desordenadas pasiones” (Pío XI,
1929:39), preocupado y ocupado en su búsqueda de bienestar (Juan Pablo II,
1995:23,1) y autosatisfacción instintiva por pulsiones.
Enemigos de primer orden contrarios a la
familia y a su tarea educativa: positivismo jurídico y dirigismo cultural.
Influencia negativa de la televisión.
Fuerzas poderosas ancladas en el
inmanentismo antropocéntrico tratan de subvertir el orden natural y social
establecido por la ley natural. Son organismos internacionales políticos y
económicos los promotores visibles de esta guerra imperialista no convencional
contra la civilización cristiana, y que persigue la instauración de un nuevo
orden mundial totalitario y uniformador (Schooyans, 2002). La imposición del
positivismo jurídico y la acción deletérea del dirigismo cultural de los medios
de comunicación son los instrumentos elegidos para difundir una nueva mentalidad
decadente, mendaz y rupturista.
El positivismo jurídico conforma
mentalidades erróneas en torno a “valores” nuevos que niegan los antiguos. Al
consagrar comportamientos contra naturam como “derecho” legalmente
constituido y jurídicamente defendido, el rechazo social disminuye en porción
muy alta, pues la ley crea mentalidad, crea hábitos, los desarrolla, cimienta y
los arraiga.
El dirigismo cultural teledirigido a la
degradación humana y cultural conduce inexorablemente a la
decadencia moral: desorientación en la juventud (Consejo Pontificio para
la Familia,
2004:661,1022; Juan Pablo II. 1995:21,1), aumento de la corrupción política,
crímenes, divorcios o violencia doméstica
entre otras lacras sociales. En este sentido escribe Gutiérrez García
(2001:173),
La DSI defiende contra viento y marea el valor natural y
las realidades sustantivas del matrimonio, y advierte que los daños que se
siguen de la morfología teratológica y de la desordenante ordenación jurídica
del matrimonio que se ha introducido, provocarán una decadencia sin paralelo en
la historia (…) La decadencia moral señala el ocaso de las culturas y de las
civilizaciones. Podrán los pueblos neopaganos mantener, por un tiempo, cierto
vigor material en el desarrollo de los bienes temporales, pero no pueden
esquivar el derrumbe, hoy día sumamente acelerado, de los valores humanos
permanentes.
Se hace continua chacota, solapada o
directamente, de los “valores permanentes” instaurando de facto en las
conciencias una antropología sin Dios. Es un dirigismo impuesto por poderosos
grupos y que busca manipular para sus fines de predominio político y económico.
Se ataca deliberadamente con saña y con
alevosía a la
Religión Católica, precisamente por aquellos que pregonan
hipócritamente los derechos humanos, derechos “hijos de la opción irracionalista
(…) que se han afirmado gradualmente con la consolidación de la denominada
tradición `laica´” (Castellano, 2004:87, enero-febrero) y la igualdad o
igualitarismo demagógico; por ser una religión organizada con una Iglesia
jerárquica y que proporciona a las personas, y a la sociedad en conjunto, los
medios necesarios para ser libres.
Dentro de los medios de comunicación
social, la televisión ejerce un dominio casi omnipresente y avasallador. Está
determinando un mundo nuevo, una cultura nueva, un hombre nuevo,
no carente de graves riesgos (Consejo Pontificio para la Familia, 2004:1017-1018). Con
frecuencia los medios de comunicación “cómplices de esta conjura” (Juan Pablo
II, 1995:17,2) promueven, constata Juan Pablo II (2004:3,2), “causas contrarias
al matrimonio y a la familia, perjudican al bien común de la sociedad”, al
subordinarse “muchas veces tan sólo al incentivo de las malas pasiones y a la
codicia de sórdidas ganancias” (Pío XI, 1929:56).
La televisión fomenta una vida
aburguesada, sedentaria, pues es una actividad pasiva que no requiere esfuerzo,
como el afrontar la lectura de un libro, o la práctica de algún deporte. Cuando
la televisión está encendida el diálogo familiar decrece. Mengua igualmente la
capacidad intelectual, que se manifiesta en apatía, desinterés, tedio.
Es por ello que Juan Pablo II (2004:5,2)
consciente de este peligro, escribe que
los padres también deben reglamentar el
uso de los medios de comunicación en el hogar. Esto implica planificar y
programar el uso de los dichos medios, limitando estrictamente el tiempo que los
niños les dedican, haciendo del entretenimiento una experiencia familiar,
prohibiendo algunos medios de comunicación y excluyéndolos periódicamente todos
para dejar espacio a otras actividades familiares. Sobre todo, los padres deben
dar buen ejemplo a los niños, haciendo un uso ponderado y selectivo de dichos
medios.
Enemigos ideológicos y demoledores del
orden social de la familia.
Siempre promotores directos del
positivismo jurídico y del dirigismo cultural, y a su vez amparados, auspiciados
y en connivencia con los mismos, los autores del siniestro plan de dominación
programada de la humanidad se apoyan, en orquestada tramoya
confabulatoria, en poderosos enemigos, creados por ellos mismos, que pugnan por
la destrucción de la familia, y que podemos clasificarlos en dos grupos:
enemigos ideológicos, como son la Masonería, el Marxismo y el
Liberalismo; y enemigos demoledores del orden social, conexos con los anteriores
en cuanto que éstos desde el poder legislan permisivamente el divorcio (Pío XI,
1930:19,1), el aborto (Pío XI, 1930:23; Juan Pablo II, 1995:11,1.14,3.59,2,
2003:95,2), la pornografía (Juan Pablo II, 1981:24,2), la eutanasia (Juan Pablo
II, 1995:66,3, 2003:95,3) o el mismo infanticidio (Juan Pablo II, 1995:14,3).
La Masonería y los poderes ocultos ligados a ella buscan
afanosamente la destrucción de la familia, puesto que no reconoce ni la idea de
un Ser Supremo, de una religión divina que guíe a la persona humana, ni la de un
ente o institución que se encuentre por encima de la propia persona. Ya Gregorio
XVI (Mirari vos, 1832) señala la Masonería como “la principal causa
de todas las calamidades de la tierra y de los reinos” y como el “sumidero
impuro de todas las sectas anteriores”. Leon XIII en la Humanum Genus (1884) incluye a
la Masonería
en la ciudad de Satanás, que trabaja por su reinado, con la desobediencia y la
guerra a Dios, a Jesucristo y a su Iglesia. Persigue con odio implacable a
la Iglesia, al
clero y a la enseñanza cristiana. Niega las verdades más fundamentales conocidas
por la razón natural como la existencia de Dios, espiritualidad e inmortalidad
del alma.
El Marxismo se opone a la familia por
ser ésta una institución conservadora, burguesa y por estimar que los primeros
lazos del individuo se establecen con una institución supra-familiar como es el
Estado, que es dueño de todo, el partido o la clase social. Violando el
principio de subsidiaridad se atribuye funciones educativas que corresponden a
los padres. Esta concepción colectivista radical supedita a la familia y a la
persona a una estructura social impersonal como la clase social, el partido o el
Estado. En la práctica es la pura despersonalización del individuo (Gutiérrez
García, 2001:306). Al postular un pragmatismo político de carácter totalitario,
difuminando las nociones morales con fundamento ontológico de bien y mal
(Calderón Bouchet, 2004:441, mayo-junio-julio), y un igualitarismo irrestricto
(Calderón Bouchet, 2004:437, mayo-junio-julio), de suyo tiende a fomentar en la
praxis resentimiento contra lo bueno, la excelencia, y rara vez permite que el
talento aflore.
El marxismo ideológico en época
presente, en los lugares donde no se ha impuesto política y militarmente, lejos
de extinguirse, se ha transformado eclosionando intelectual, social y
culturalmente en una conjunción de variopintas ideologías y movimientos que se
manifiestan políticamente en varias formas. Dos peligrosas tendencias
provenientes del marxismo, y asumidas, sustentadas e impuestas ideológica y
educativamente por agencias de la
ONU están determinando decisivamente la construcción
axiológica de la sociedad: multiculturalismo e ideología de género. Es la
ideología de género, conocida también por “perspectiva de género” o por
“feminismo de género” (Consejo Pontificio para la Familia, 2004:578), la que
desnaturaliza radicalmente la familia (Consejo Pontificio para la Familia, 2004:584-586).
Ya en el “Manifiesto del partido
comunista” Marx y Engels proponían “abolir la familia”, y por ende el matrimonio
monógamo por ser una forma de “propiedad” y la principal fuente de opresión para
la mujer. La pretendida abolición se traducía en una radical evolución
igualitaria que llevase a la asunción de nuevos roles familiares (Calderón
Bouchet, 2004:439, mayo-junio-julio). Derivado, subrogado o en connivencia con
el marxismo, el feminismo radical muta la lucha de clases por la lucha de
género. Son los condicionamientos culturales “tradicionales” los
que oprimen a la mujer. En este sentido predican “nuevos derechos” producto “del
racionalismo político-jurídico” (Castellano, 2004:91, enero-febrero) que
“liberen” a la sociedad de las “construcciones sociales” opresivas para la mujer
y que “liberen” a la propia mujer de la opresión sufrida por el hombre
dominador. Los “nuevos derechos humanos”
fundados “en sí mismos (como el imperativo categórico de Kant)” (Wagner de
Reyna, 2004:82, enero-febrero) y promovidos, cuando no impuestos por los
organismos internacionales bajo amenazas de retirada de ayuda financiera a los
gobiernos (Juan Pablo II, 1995:16,3), pasan por los “derechos sexuales y
reproductivos”, que esconden políticas de reducción poblacional, y aquí está
incluido el aborto legal sin restricciones enfocado como un problema de la salud
de la mujer (Consejo Pontificio para la Familia, 2004:586-588,717,1027),
métodos anticonceptivos incluida la esterilización, también en el marco de las
“políticas de derechos a la salud reproductiva”, el libertinaje familiar sexual
sin consecuencias penales, otorgar a las prostitutas y prostitutos la categoría
de profesionales en paridad con cualquier otra profesión, facilidades para el
divorcio unilateral o la legalidad y el mismo fomento de las uniones
homosexuales con equiparación jurídica al matrimonio; la colectivización de las
funciones y de las tareas domésticas, la educación enfocada al género como eje
transversal o cuotas profesionales de género.
Lo que subyace en el fondo no es otra cosa que la pretensión satánica de
destrucción de la
Religión, del orden natural y de la familia, principales
baluartes de personalización que posee la sociedad.
Los promotores de esta ideología de
género sostienen que el género lleva dentro de sí clase, y la clase conlleva
desigualdad. Para superar esta desigualdad han creado ex nihilo una
teoría en la que afirman que el género, al contrario del sexo, no es definido ni
está determinado biológicamente, sino que es una construcción artificiosa de la
antropología social y cultural. El género no viene de nacimiento, es algo que se
va haciendo en la sociedad y puede aprenderse, y por tanto cambiarse. Las
implicaciones son manifiestas y pasan por la abolición total de toda distinción
entre hombres y mujeres. Si el género no viene por naturaleza y no pertenece al
sexo respectivo, una persona con sexo masculino podría adoptar un género
femenino y una persona con sexo femenino podría adquirir un género masculino. La
misma atracción heterosexual o el instinto materno tampoco son naturales, son
aprendidas y se pueden cambiar. El matrimonio monógamo no es lo natural, habría
otras opciones igualmente válidas, incluida la zoofilia.
Los rasgos propios de la masculinidad y de la feminidad no serían más que “roles
de géneros socialmente construidos” (Consejo Pontificio para la Familia, 2004:581-583),
adherencias culturales arraigadas en tradiciones o costumbres (Consejo
Pontificio para la
Familia, 2004:795). Todo es “socialmente construido” y debe ser
“deconstruido” (Consejo Pontificio para la Familia, 2004:796) para “liberarse”
(Consejo Pontificio para la
Familia, 2004:803) de la opresión.
La ideología de género “es el núcleo de
la nueva gnosis, y quien se adhiere a ella no está obligado a seguir ninguna
norma de conducta moral” (Consejo Pontificio para la Familia, 2004:795), de ahí que los
ideólogos de género pongan especial énfasis, en pensamiento que dimana del
marxismo (Calderón Bouchet, 2004:446, mayo-junio-julio), en sostener que la
religión como invento humano opresivo debe ser “deconstruida” (Consejo
Pontificio para la
Familia, 2004:588,589). El ataque a la Iglesia Católica y al
Vaticano es frontal y furibundo por su defensa del matrimonio (León XIII,
1880:3.7; Juan Pablo II, 1981:3,3; Pío XI, 1930:3.11,6), la familia (Juan Pablo
II, 1981, 1995:6,2), la sexualidad verdadera (Juan Pablo II,
1981:11,5,6,7.32,4,5,6, 2003:90,1) y el respeto y defensa de la vida humana
(Juan Pablo II, 1981:30,5,6, 1995:3,3.5,4.39,2).
Especial gravedad por sus nefandas y
nefastas consecuencias dañinas en la identidad de los niños y los jóvenes tiene
la implementación transversal cultural y educativa de esta ideología de género
en textos escolares, en programas sociales y en el diseño de las políticas
públicas. Esta corrosiva implementación cultural y educativa, programada y
ejecutada metódicamente, está siendo subrepticiamente infiltrada, difundida e
integrada en la totalidad de la sociedad por los medios de comunicación social y
las agencias de publicidad. El fin, el mentado: crear una nueva sociedad
aborregada, adocenada y pusilánime, una nueva familia desnaturalizada, un nuevo
hombre deshumanizado, una nueva educación radicalmente inmanentista y una nueva
cultura dominante y homogeneizante.
Frente a esta preconizada disolución
antinatural de las diferencias de sexo e igualdad absoluta entre hombres y
mujeres, nosotros sostenemos, afirmando la plena igualdad en dignidad (Juan
Pablo II, 1981:22,3.23,2, 1988:6,4.13,13.29,2, 2003:43,1; Pío XI:1930:10,2) y en
fines últimos (Juan Pablo II, 1988:4,1.7,4, 1995:2,1), que es “erróneo y
pernicioso a la educación cristiana (…) el método llamado de la
coeducación” (Pío XI, 1929:42); y “el derecho inalienable de una
educación que responda al propio fin, al propio carácter; al diferente sexo, y
que sea conforme a la cultura y a las tradiciones patrias” (Gravissimum
educationis, 1965:1,1), así como “una Antropología diferencial que tenga
en cuenta que el ser humano es radicalmente hombre o mujer” (Goñi Zubieta,
1999:13). Vázquez Vega (2003:76-96) en cuadros esquemáticos muestra que somos
“radicalmente distintos”, que aunque “nos parecemos mucho, lo cierto es que es
mucho más en lo que no nos parecemos que en lo que sí nos parecemos”.
Sucesivamente Vázquez Vega desglosa las diferencias genéticas ente mujer y
hombre (2003:76), las fisiológicas (2003:77-80), las neurológicas (2003:80,81),
las diferencias en los sentidos (2003:82), en la salud (2003:82,83), en el
aprendizaje (2003:84,85), en la educación (2003:85,86), en la psicología
(2003:86-92), en el trabajo (2003:92,93,94), y en el sexo (2003:95,96). Esta
diferencia entre los sexos, por designio divino, es armónicamente
complementaria, y ambos están llamados a realizar, en la diferencia, la
construcción de la ciudad de Dios en el propio camino de santidad.
El liberalismo, coincidente con el
marxismo en su raíz materialista, es otro enemigo de la familia pues enfatiza la
omnímoda libertad del individuo con entera independencia de Dios y de encauzar
esa libertad hacia el bien según la ley natural (Juan Pablo II, 1995:19,5). Para
el liberalismo los actos humanos no deben estar sometidos a ningún tipo de
coacción y el único límite es el orden público. La no coacción externa, interna,
física, moral o psicológica conlleva que la posición de los padres como
formadores de los hijos quede drásticamente limitada, pues acaba disolviendo la
autoridad paterna, ya que no se debería “influenciar al niño, ni mucho menos
forzarle, sino negociar con él situándolo en una posición de igualdad respecto
al adulto” (Consejo Pontificio para la Familia, 2004:662).
No “se puede discutir todo, en todos los
aspectos. Una familia no es una democracia, como tampoco lo es la escuela”
(Consejo Pontificio para la
Familia, 2004:1018). Los padres tienen el grave deber de buscar
el bien de los hijos, y ese bien tiene un contenido doctrinal y moral objetivo,
que el relativismo ético inherente al propio liberalismo no reconoce (Juan Pablo
II, 1995:20,1,2.70,1). Frente a la renuncia paterna a su misión educadora,
afirmamos que “la educación se basa, en primer lugar, en una cierta concepción
de la existencia [que hay que imbuir al educando] y en numerosas exigencias que
se deben proponer a la conciencia del niño” (Consejo Pontificio para
la Familia,
2004:1024). Es por ello que el liberalismo al negar la absoluta y universal
soberanía de Dios sobre este mundo y la afirmación de un orden natural
inviolable, actúa corrosivamente en las familias (Juan Pablo II, 1995:20,1),
desvirtuando tanto las verdades objetivas como las normas morales inmutables
(Juan Pablo II, 1995:21,1), que son la garantía para la persona humana de
auténtica y plena libertad y referencia nuclear en el proceso
de personalización familiar que está llamado “a situar a cada uno de los nuevos
miembros de la familia en el camino de la plenitud humana y cristiana” (Consejo
Pontificio para la
Familia, 2004:961); desintegra la familia al no contribuir a
cimentar la familia en el orden natural inviolable, que no considera, y la deja
expuesta al arbitrio de una moral independiente destructora de la persona,
abandonada a la violencia de las pasiones y a condicionamientos abiertos,
sibilinamente presentados, u ocultos.
Sentencia Juan Pablo II (1995:22,4) que
“en realidad, viviendo `como si Dios no existiera´, el hombre pierde no sólo el
misterio de Dios, sino también el del mundo y el de su propio ser”.
En la Exhortación Apostólica
Postsinodal Ecclesia in Europa, Juan Pablo II
(2003:7,1,2.8,1,2,3.9,1,2.10,1.68,1) en mirada panorámica y sumaria de la
presente realidad europea, transida de liberalismo, denuncia las consecuencias,
que colegimos fundamentalmente frutos del relativismo ético inherente a la
democracia liberal (Juan Pablo II, 1995:70,1), de oscurecer la verdadera
realidad ontológica de la persona:
hombres y mujeres parecen
desorientados, inseguros, sin esperanza (…) pérdida de la memoria y de la
herencia cristianas, unida a una especie de agnosticismo práctico y de
indiferencia religiosa (…) lento y progresivo avance del laicismo (…) el vacío
interior que atenaza a muchas personas y la pérdida del sentido de la vida (…)
dramático descenso de la natalidad, la disminución de vocaciones al sacerdocio y
a la vida consagrada, la resistencia, cuando no el rechazo, a tomar decisiones
definitivas de vida incluso en el matrimonio. Se está dando una fragmentación
de la existencia; prevalece una sensación de soledad; se multiplican las
divisiones y las contraposiciones (…) grave fenómeno de las crisis familiares y
el deterioro del concepto mismo de familia (…) el egocentrismo que encierra en
sí mismos a personas y los grupos, el crecimiento de una indiferencia ética
general y una búsqueda obsesiva de los propios intereses y privilegios (…) Junto
con la difusión del individualismo, se nota un decaimiento creciente de la
solidaridad interpersonal (…) En la raíz de la pérdida de esperanza está el
intento de hacer prevalecer una antropología sin Dios y sin
Cristo. Esta forma de pensar ha llevado a considerar al hombre como “el
centro absoluto de la realidad, haciéndolo ocupar falsamente el lugar de Dios y
olvidando que no es el hombre el que hace a Dios, sino que es Dios el que hace
al hombre. El olvido de Dios condujo al abandono del hombre”, por lo que, “no es
extraño que en este contexto se haya abierto un amplísimo campo para el libre
desarrollo del nihilismo, en la filosofía; del relativismo en la gnoseología y
en la moral; y del pragmatismo y hasta del hedonismo cínico en la configuración
de la existencia diaria”. La cultura europea da la impresión de ser una
apostasía silenciosa por parte del hombre autosuficiente que vive como si Dios
no existiera (…) De esta cultura forma parte también un agnosticismo religioso
cada vez más difuso, vinculado a un relativismo moral y jurídico más profundo,
que hunde sus raíces en la pérdida de la verdad del hombre como fundamento de
los derechos inalienables de cada uno (…) el hombre (…) se contenta, por
ejemplo, con el paraíso prometido por la ciencia y la técnica, con las diversas
formas de mesianismo, con la felicidad de tipo hedonista, lograda a través del
consumismo o aquella ilusoria y artificial de las sustancias estupefacientes,
con ciertas modalidades del milenarismo, con el atractivo de filosofías
orientales, con la búsqueda de formas esotéricas de espiritualidad o con las
grandes corrientes del New Age (…) Hay fenómenos claros de fuga hacia el
espiritualismo, el sincretismo religioso y esotérico, una búsqueda de
acontecimientos extraordinarios a todo coste, hasta llegar a opciones
descarriadas, como la adhesión a sectas peligrosas o a experiencias
pseudoreligiosas.
El triunfo del relativismo ético
lo apunta Lipovetsky (1994:57,81)
Ya nada en absoluto obliga ni siquiera
alienta a los hombres a consagrarse a cualquier ideal superior, el deber no es
ya una opción libre (…) La sociedad democrática inaugural ha sido la edad de oro
de los deberes hacia uno mismo. Desde el siglo XVIII, el proceso de laicización
de la moral ha estado poniendo sobre un pedestal el ideal de dignidad
inalienable del hombre y los deberes respecto de uno mismo que lo acompañan.
Kant fue el primero que logró dar excepcional brillantez a la exposición de los
deberes hacia uno mismo liberados de cualquier
religión.
Así dañado el hombre moralmente,
muerto espiritualmente sin la vida en gracia de Dios, carece de suficiente
fuerza de voluntad para decidirse por el bien y va oscureciendo su inteligencia,
dominada por instintos, pasiones y vicios, para apostar radicalmente por el bien
común. El pecado repercute socialmente con
influencia degradante y acción destructiva (Gutiérrez García, 1992:142). Con
razón escribía Ortega (1998:129,135) que
hoy asistimos al triunfo de una
hiperdemocracia en que la masa actúa directamente sin ley, por medio de
materiales presiones, imponiendo sus aspiraciones y sus gustos (...) Como las
masas, por definición, no deben ni pueden dirigir su propia existencia, y menos
regentar la sociedad, quiere decirse que Europa sufre ahora la más grave crisis
que a pueblos, naciones, culturas cabe padecer. (…) Su fisonomía y sus
consecuencias son conocidas. También se conoce su nombre. Se llama rebelión de
las masas.
Obligación imperativa de plantear
batalla por el Reinado Social de Cristo.
“Instaurare Omnia in Christo”, lema de
Pontificado que San Pío X toma de su predecesor León XIII (1880:1), es nuestra
obligación y deber como milites de Cristo. No podemos sólo adoptar
barreras defensivas, aunque el infierno desencadenado vaya encima, hay que
contraatacar. Nuestra obligación es combatir usque ad mortem con las
armas de Dios por el Reinado Social de Cristo en todos los órdenes (Ousset,
1972:354,369).
Los frutos sobrenaturales de la gracia
de Dios en el hombre, pues lo perfecciona humana y moralmente, aporta efectos
benéficos a la toda sociedad, paz social y decidida orientación al bien común.
León XIII (1880:2) enseña que
La
religión cristiana ha favorecido y fomentado en absoluto todas aquellas cosas
que en la sociedad civil son consideradas como útiles, y hasta tal punto que,
como dice San Agustín, aun cuando hubiera nacido exclusivamente para administrar
y aumentar los bienes y comodidades de la vida terrena, no parece que hubiera
podido ella misma aportar más en orden a una vida buena y
feliz.
Urge formarse doctrinalmente, “inducir a
las muchedumbres a que se instruyan con todo esmero en lo tocante a la religión”
(León XIII:1884:30), para denunciar y procurar “con todo ahínco extirpar esta
asquerosa peste que va serpeando por todas las venas de la sociedad” (León
XIII:1884:28), y procurando “arrancar a los masones” y a cuantos secuaces
edifican el reino de las tinieblas “su máscara, para que sean conocidos tales
cuales son”, porque “para evitar los engaños
del enemigo, es menester antes descubrirlos, y ayuda mucho mostrar a los
incautos sus argucias (…) mencionar tales iniquidades (Pío XI, 1930:17,2),
y queden a la luz “las malas artes de semejantes sociedades para
halagar y atraer, la perversidad de sus opiniones y lo criminal de sus hechos”
(León XIII:1884:29), pues “por el bien y salvación de
las almas no podemos pasarlas en silencio” (Pío XI, 1930:17,2).
A nosotros nos toca “defender la gloria
de Dios y la salvación de los prójimos: ante tales fines en el combate, no ha de
faltaros ni el valor ni la fuerza” (León XIII:1884:28), pues sólo fortes in
proelio fiunt. Debemos trabajar “para que todos los hombres conozcan bien y
amen a la
Iglesia; porque cuanto mayor fuere este conocimiento y este
amor, tanto mayor [será el carisma de discernimiento que tengamos y tanto mayor]
será así la repugnancia con que se mire a las sociedades secretas [y sus planes
maléficos] como el empeño en rehuirlas [y destruirlas extirpándolas de la
sociedad]” (León XIII:1884:30,2).
Los padres deben poner especial cuidado
en la educación de sus hijos, imbuyéndoles “la conciencia de la primacía de los
valores morales” y la comprensión del “sentido último de la vida y de sus
valores fundamentales” (Juan Pablo II, 1981:8,2, 1995:71,1), y sentencia
taxativamente Leon XIII (1884,34,2):
nunca, por más que hiciereis, creáis
haber hecho bastante en el preservar a la adolescencia de aquellas escuelas y
aquellos maestros, en los que pueda temerse el aliento pestilente de las sectas.
Exhortad a los padres, a los directores espirituales, a los párrocos para que
insistan, al enseñar la doctrina cristiana, en avisar oportunamente a sus hijos
y alumnos sobre la perversidad de estas sociedades, y a que aprendan desde luego
a precaverse de las fraudulentas y varias artes que sus propagadores suelen
emplear para enredar a los hombres. Y aun no harían mal, los que preparan a los
niños para recibir bien la primera Comunión, en persuadirles que se propongan y
se comprometan a no ligarse nunca con sociedad alguna sin decirlo antes a sus
padres o sin consultarlo con su confesor o con su
párroco.
Los padres deben buscar ayuda “recíproca
(…) en orden a la formación y perfección, mayor cada día, del hombre interior,
(…) por su mutua unión de vida crezcan (…) en la virtud (…) y en la verdadera
caridad para con Dios y con el prójimo” (Pío XI, 1930:9,6); también apoyo en
la Iglesia y
en otras familias cristianas para su crecimiento espiritual y sana instrucción y
fortalecimiento de sus hijos, pues paralelamente las fuerzas visibles y ocultas
del mal “préstanse mutuo auxilio sus sectarios, todos unidos en nefando
contubernio y por comunes ocultos designios, y unos a otros se animan para todo
malvado atrevimiento” (Leon XIII, 1884,35,2), para “pervertir las inteligencias,
corromper los corazones, ridiculizar la castidad matrimonial y enaltecer los
vicios más inmundos” (Pío XI, 1930:40,1). Es por ello que, continúa León XIII
(1884,35,2),
Tan fiero asalto pide igual defensa, es
a saber, que todos los buenos se unan en amplísima coalición de obras y
oraciones. Les pedimos, pues, por un lado que, estrechando las filas, firmes y a
una, resistan contra los ímpetus cada día más violentos de los sectarios; por
otro, que levanten a Dios las manos y le supliquen con grandes gemidos, para
alcanzar que florezca con nuevo vigor la religión cristiana; que goce
la Iglesia de
la necesaria libertad; que vuelvan a la buena senda los descarriados; y que, al
fin, abran paso a la verdad los errores y los vicios a la
virtud.
Sólo en “la fidelidad” a “la alianza con
la Sabiduría
divina (…) las familias de hoy estarán en condiciones de influir positivamente
en la construcción de un mundo más justo y más fraterno” (Juan Pablo II,
1981:8,5) fieles a su “misión de custodiar, revelar y comunicar el amor” (Juan
Pablo II, 1981:17,2). El combate que se nos abre es eminentemente espiritual.
Por eso la exigencia de plantear la batalla armados con los méritos e
intercesión de la Virgen
María Madre de Dios,
pues ya en su misma Concepción purísima
venció a Satanás, [y] sea Ella quien se muestre poderosa contra las nefandas
sectas, en las que claramente se ve revivir la soberbia contumaz del demonio
junto con una indómita perfidia y simulación (León XIII,
1884,36).
Todo ello unido a la intercesión
protectora de San Miguel, “el debelador de los enemigos infernales”, de San
José, así como de San Pedro y San Pablo, “sembradores e invictos defensores de
la fe cristiana”, y de “la perseverante oración de todos, para que el Señor
acuda oportuno y benigno en auxilio del género humano” (León XIII, 1884,36) es
camino de plenitud de vida en la tierra y de gloria en el cielo.
Referencias Bibliográficas
Utilizadas (Apa)
Libros
Cavalleri, Paola & Singer, Peter
(Eds.). (1998). El proyecto “Gran Simio”: la igualdad más allá de la
humanidad. Madrid: Trotta.
Eberstadt, Mary (2004). Home-Alone America: The Hidden Toll of Day Care, Behavioral
Drugs, and Other Parent Substitutes New Cork Sentinel.
Goñi Zubieta, Carlos (1999). Lo
femenino. Género y diferencia (2ª ed.). Pamplona: EUNSA.
Gutiérrez García, José Luis (2001).
Introducción a la
Doctrina Social de la Iglesia.
Barcelona: Ariel.
Lipovetsky, Pilles (1994). El
crepúsculo del deber. La ética indolora de los nuevos tiempos democráticos.
Barcelona: Anagrama.
Ortega y Gasset, José (1998). La
rebelión de las masas (3ª ed.). Madrid: Castalia.
Ousset, Jean (1972). Para que Él
reine. Catolicismo y Política. Por un orden social cristiano (2ª ed.).
Madrid: Speiro.
Singer, Peter (1984). Ética
práctica. Barcelona: Ariel
Schooyans, Michel (2002).
La cara oculta de la ONU.
Mexico D.F.: Diana.
Vázquez Vega, Antonio (2003). Primera
etapa de matrimonio. Madrid: Palabra.
Capítulos de libros
Alzamora Revoredo, Óscar (2004).
Ideología de género: sus peligros y alcance. En Consejo Pontificio para
la Familia
(Comp.), Lexicón. Términos ambiguos y discutidos sobre familia, vida y
cuestiones éticas (575-590). Madrid: Palabra.
Anatrella, Tony S.J. (2004). Jóvenes y
norma moral. En Consejo Pontificio para la Familia (Comp.), Lexicón. Términos
ambiguos y discutidos sobre familia, vida y cuestiones éticas (661-667).
Madrid: Palabra.
Anatrella, Tony S.J. (2004). Revalorizar
la relación educativa. En Consejo Pontificio para la Familia (Comp.), Lexicón. Términos
ambiguos y discutidos sobre familia, vida y cuestiones éticas (1015-1026).
Madrid: Palabra.
Ciccone, Lino (2004). Salud
reproductiva. En Consejo Pontificio para la Familia (Comp.), Lexicón. Términos
ambiguos y discutidos sobre familia, vida y cuestiones éticas (1027-1031).
Madrid: Palabra.
Haaland Matlary, Janne (2004).
Maternidad y feminismo. En Consejo Pontificio para la Familia (Comp.), Lexicón. Términos
ambiguos y discutidos sobre familia, vida y cuestiones éticas (715-717).
Madrid: Palabra.
Lobato Casado, Abelardo (2004).
Personalización. En Consejo Pontificio para la Familia (Comp.), Lexicón. Términos
ambiguos y discutidos sobre familia, vida y cuestiones éticas (959-961).
Madrid: Palabra.
Vollmer de Coles, Beatriz (2004). Nuevas
definiciones de género. En Consejo Pontificio para la Familia (Comp.), Lexicón. Términos
ambiguos y discutidos sobre familia, vida y cuestiones éticas (795-809).
Madrid: Palabra.
Artículos en revista
Calderón
Bouchet, Rubén (2004). Principios para
la formulación de una ética revolucionaria (Moral y Marxismo). Verbo,
425-426, 433-450.
Castellano, Danilo (2004). Racionalismo
y derechos humanos. Verbo, 421-422, 85-92.
Juan Pablo II (12 de marzo de 2005). La
salud, equilibrio físico-psíquico y espiritual del ser humano. Mensaje de Juan
Pablo II al presidente de la Academia Pontificia para
la Vida con
ocasión del Congreso sobre el tema: “Calidad de vida y ética de la salud”.
Ecclesia, 3.248, 407-408.
Ottonello, Pier Paolo (2004). Los
derechos fundamentales del hombre. Verbo, 429-430, 793-809.
Wagner de Reyna, Alberto (2004). El
hombre en el siglo XXI. Verbo, 421-422, 81-84.
Artículo en periódico o revista de
circulación masiva
ACdP (2005, marzo). “No cabe abdicar del
compromiso público”. Claves de interpretación cultural, política y religiosa del
laicismo en España [Crónica de la intervención de Elio A. Gallego, en las
Jornadas Nacionales de Vicarios y Delegados Diocesanos de Enseñanza]. Acdp.
Boletín informativo de la
Asociación católica de propagandistas, p. 20.
Alfa y Omega (2004, abril 22). La
amenaza del divorcio favorecerá rupturas rápidas. Semanario Católico de
información Alfa y Omega, p. 19.
El Rotativo (2004, diciembre 15). López
Trujillo: “La familia es patrimonio de la humanidad” [Palabras del Cardenal ante
la XVI
Asamblea del Consejo Pontificio para la Familia]. El Rotativo, p. 18
La Provincia/DLP (2005, marzo 18). Los hospitales registran un
420% más de ingresos por psicosis ligadas a las drogas. La Provincia.
Diario de Las Palmas, p. 5
Medios electrónicos en Internet
Documentos
magisteriales
Concilio Vaticano II. Gravissimum
educationis. Declaración. 28.10.1965 [En línea] Extraído el 5 marzo, 2005
del sitio oficial de la
Santa Sede:
http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_decl_19651028_gravissimum-educationis_sp.html
García Gasco, Agustín (2005). ¿A qué
aspira la humanidad?. Carta pastoral. 13.3.2005 [En línea] Extraído el 15
marzo, 2005 de
http://www.archivalencia.org/arzobispo/cartas/2005/c20050313_AQueAspiraHumanidad.htm
Gregorio XVI (1832). Mirari vos.
Carta encíclica. 15.9.1832 [En línea] Extraído el 15 marzo, 2005 de
http://ar.geocities.com/magisterio_iglesia/gre_16/mirari_1.html
Juan Pablo II (1981). Familiaris
Consortio. Exhortación Apostólica. 22.11.1981 [En línea] Extraído el
8 marzo, 2005 del sitio oficial de la Santa Sede:
http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/apost_exhortations/documents/hf_jp-ii_exh_19811122_familiaris-consortio_sp.html
Juan Pablo II (1988). Mulieris
dignitatem. Carta Apostólica. 15.8.1988 [En línea] Extraído el 15
marzo, 2005 del sitio oficial de la Santa Sede:
http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/apost_letters/documents/hf_jp-ii_apl_15081988_mulieris-dignitatem_sp.html
Juan Pablo II (1994). Gratissimam
sane. Carta. 2.2.1994 [En línea] Extraído el 8 marzo, 2005 del sitio
oficial de la Santa
Sede:
http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/letters/documents/hf_jp-ii_let_02021994_families_sp.html
Juan Pablo II (1995). Evangelium
vitae. Encíclica. 25.3.1995 [En línea] Extraído el 8 marzo, 2005 del
sitio oficial de la Santa
Sede:
http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/encyclicals/documents/hf_jp-ii_enc_25031995_evangelium-vitae_sp.html
Juan Pablo II (2003). Ecclesia in
Europam. Exhortación Apostólica Postsinodal. 28.6.2003 [En línea]
Extraído el 13 marzo, 2005 del sitio oficial de la Santa Sede:
http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/apost_exhortations/documents/hf_jp-ii_exh_20030628_ecclesia-in-europa_sp.html
Juan Pablo II (2004). Los medios en
la familia: un riesgo y una riqueza. Mensaje. 24.1.2004 [En línea]
Extraído el 2 marzo, 2005 del sitio oficial de la Conferencia Episcopal
Española:
http://www.conferenciaepiscopal.es/documentos/magisteriojpii/jornadas/comunicacionesociales_2004.htm
Leon XIII (1880). Arcanum Divinae
Sapientiae. Carta Encíclica. 10.2.1880 [En línea] Extraído el 10 marzo, 2005
del sitio oficial de la
Santa Sede:
http://www.vatican.va/holy_father/leo_xiii/encyclicals/documents/hf_l-xiii_enc_10021880_arcanum_sp.html
Leon XIII (1884). Humanum Genus.
Carta Encíclica sobre la
Masonería y otras sectas. 20.4.1884 [En línea] Extraído el 10
marzo, 2005 del sitio oficial de la Santa Sede:
http://www.vatican.va/holy_father/leo_xiii/encyclicals/documents/hf_l-xiii_enc_18840420_humanum-genus_it.html
Pío XI
(1929). Divini Illius Magistri. Encíclica. 31.12.1929 [En línea] Extraído el 10
marzo, 2005 del sitio oficial de la Santa Sede:
http://www.vatican.va/holy_father/pius_xi/encyclicals/documents/hf_p-xi_enc_31121929_divini-illius-magistri_it.html
Pío XI (1930) Casti connubii.
Encíclica. 31.12.1930 [En línea] Extraído el 10 marzo, 2005 del sitio oficial de
la Santa
Sede:
http://www.vatican.va/holy_father/pius_xi/encyclicals/documents/hf_p-xi_enc_31121930_casti-connubii_sp.html
Artículos
Gledhill, Ruth. (2005, March 5). Liberal
and weak clergy blamed for empty pews [Versión electrónica]. TimesOnline. Extraído el 5 marzo, 2005 de
http://www.timesonline.co.uk/printFriendly/0,,1-2-1511237,00.html
Lara, Mónica (2005, marzo 10). La
televisión y la reducción de la infancia. Periodistadigital.com. Extraído
el 10 marzo, 2005 de
http://www.periodistadigital.com/secciones/periodismo/object.php?o=46262
Zenit (2000, octubre 11). Para las
agencias internacionales el nacimiento de un niño es una catástrofe [Entrevista
al profesor Michel Schooyans], Zenit [Base de datos en línea].
Extraído el 12 enero, 2005 de Zenit, Agencia Internacional Católica de
Noticias. Disponible: http://www.zenit.org/spanish/archivo/0010/ZS001011.htm#847
__________
Según un reciente estudio de la profesora Mary
Eberstadt (2004) de la
Universidad de Stanford, algunas de las repercusiones del
divorcio en los niños y adolescentes son las perturbaciones emocionales, el
aumento de la agresividad, infelicidad, abuso de medicamentos calmantes y
excitantes, suicidios, desórdenes mentales, aumento y precocidad de la actividad
sexual y, finalmente, un enorme vacío de mente y
alma.
Juan Pablo II (1995:23,1) advierte que en la
búsqueda de “la llamada calidad de vida” prima exclusivamente la capacidad
económica, la tendencia inmoderada a adquirir, gastar o consumir bienes, no
siempre necesarios, y la “belleza y goce de la vida física”, dejando de lado
“las dimensiones más profundas –relacionales, espirituales y religiosas- de la
existencia”. Frente a esta “noción de calidad de vida (…) reductiva y selectiva”
(Juan Pablo II, 2005, marzo 12:32,5,2) alejada de su fundamento “en una recta
antropología filosófica y teológica” (Juan Pablo II, 2005, marzo 12:32,5,1) y
que mira sólo oportunidades de gozar, de probar placeres, o también “la
capacidad de autoconciencia y participación en la vida social” (Juan Pablo II,
2005, marzo 12:32,5,2); es necesario tener presente “todas las dimensiones de la
persona, en su armónica y recíproca unidad: la dimensión corpórea, la
psicológica y la espiritual y moral” (Juan Pablo II, 2005, marzo 12:32,6,1), ya
que “la salud se debe, pues, cuidar y atender como equilibrio físico-psíquico y
espiritual del ser humano” (Juan Pablo II, 2005, marzo
12:32,7,3).
Ya León XIII (1884:17,2) denunciaba que
también tiene la puesta de mira, con suma conspiración de voluntades, la
secta de los Masones en arrebatar para sí la educación de los jóvenes. Ven cuán
fácilmente pueden amoldar a su capricho esta edad tierna y flexible y torcerla
hacia donde quieran, y nada más oportuno para lograr que se forme así para la
sociedad una generación de ciudadanos tal cual ellos se la forjan. Por tanto, en
punto de educación y enseñanza de los niños, nada dejan al magisterio y
vigilancia de los ministros de la Iglesia, habiendo llegado ya a
conseguir que en varios lugares toda la educación de los jóvenes esté en manos
de laicos, de suerte que, al formar sus corazones, nada se les diga de los
grandes y santísimos deberes que ligan al hombre con
Dios.
V.gr. puede verse al respecto el Semanario católico
de información Alfa y Omega (2004, abril 22:19). Constata que una ley permisiva
en el ámbito familiar como es el divorcio, favorece y potencia que haya más
rupturas matrimoniales, en vez de disminuirlas. Cfr. etiam Gutierrez García
(2001:173).
Pues “nada tienen, en
verdad, de aquella moderna cultura de la cual tanto se jactan, sino que son
nefandas corruptelas que harían volver, sin duda, aun a los pueblos civilizados,
a los bárbaros usos de ciertos salvajes” (Pío XI, 1930;19,3).
La misma degradación moral en conductas de la
sociedad tiene resonancias negativas en el plano psíquico de la persona. Un
reciente informe presentado en el Congreso de los Diputados la ministra de
Sanidad y Consumo, Elena Salgado, ofreció como dato el hecho que “los ingresos
hospitalarios por psicosis ocasionadas por el consumo de drogas ilegales ha
aumentado un 420% entre 1993 y 2002”. El fenómeno, dijo, “no es
exclusivo de España, sino que, en mayor o menor grado, este esquema se repite en
todos los países europeos” (La Provincia, 2005, marzo
18:5).
Una reciente reseña publicada en The Times
(Gledhill, 2005, March 5) de un elaborado informe realizado en el Reino Unido e
Irlanda que establece las causas y consecuencias de la galopante deserción de
fieles en las iglesias cristianas, y el Concilio Vaticano II catalizó
brutalmente esta decadencia, aporta también comparaciones estadísticas de los
últimos 150 años, en los cuales se demuestra que la asistencia a las iglesias
ascendió desde la mitad del siglo XIX y tuvo su pico por el año 1905, cayendo
luego en una firme declinación, que va en un paralelo, aunque en sentido
inverso, con el aumento del crimen, el alcoholismo y los nacimientos fuera del
matrimonio, los cuales alcanzaron su pico más bajo hacia finales del siglo XIX y
no han cesado de crecer desde entonces.
León XIII (1880:15.16.17) señala “cuan enemigo es de
la prosperidad de las familias y de las naciones” y la “creciente corrupción de
costumbres” que el divorcio provoca: embotamiento de los sentidos,
languidecimiento del pudor, aumento de infidelidades, siembra de odios,
rebajamiento de la dignidad femenina, o malogramiento en la educación de los
hijos. En definitiva, “arrastra a la sociedad a una ruina segura” (León XIII
(1880:16). Cfr. etiam Pío XI (1930:13,1,2.34,3,4).
Según Mons. Agustín García Gasco (2005, marzo 13) en
una reciente carta pastoral titulada ¿A qué aspira la humanidad?, la
misma violencia doméstica es consecuencia de la degradación moral. Denuncia
igualmente que “muchos medios de comunicación, en especial la televisión,
presentan como normales y buenas relaciones que esconden una falta de voluntad
de entrega y compromiso”.
Constata Petra Pérez Alonso-Geta (2005, marzo 10),
catedrática de Antropología de la Educación en la Universidad de Valencia
que el consumo indiscriminado de televisión en los niños produce consecuencias
muy graves en la socialización de los niños. Apunta que el botellón a edades
tempranas, la afición a los móviles, ver programas de adultos, ir a discotecas
antes de tiempo, ponerse ropa que no corresponde a su edad, las niñas que
se pintan a los 11 años. Todo son manifestaciones de una misma realidad. Estamos
asistiendo a algo muy problemático: la reducción de la
infancia.
La conspiración mundial se está llevando a cabo
sutilmente bajo un disfraz de “nuevos derechos humanos”, siempre esclavizantes
de la persona e impuestos por “organismos que muestran con una evidencia cada
vez mayor que se consideran suministradores de derechos que deben ser
globales según un diseño de gobierno mundial” (Ottonello 2004:796,
noviembre-diciembre), de adquisición de nuevas “libertades” desligadas del
fundamento metafísico de la persona, de igualdad, que supone la dictadura
totalitaria de minorías, y de “fraternidad” universal, que enmascara una
globalización imperativa y totalitaria en todas las parcelas de la vida social.
En la trastienda oscura de este verdadero proceso revolucionario está una
poderosa potencia, extraordinaria, que maneja en última instancia los hilos del
poder oculto en el mundo (Ousset, 1972:184-189). Su fin: la dominación mundial
política y económica, y para ello es preciso imbuir constantemente una
espiritualidad inmanente que transforme a las personas en siervos, en zombis
ambulantes; y acabar con la Iglesia Católica (León
XIII:1884:20,1).
Vollmer de Coles (Consejo Pontificio para
la Familia,
2004:796) apunta como filósofos de trasfondo para las feministas de género los
estructuralistas tardíos de tendencia marxista, como Lacan, Foucault o Derrida.
Alzamora (Consejo Pontificio para la Familia, 2004:579) corrobora esta
vinculación de la teoría del “feminismo de género” con “una interpretación
neo-marxista de la historia”.
Schooyans (2002) denuncia que las agencias de
la ONU, dentro del
proceso de establecimiento progresivo de un gobierno mundial, están instaurando
una nueva concepción positivista del derecho. Se da una interpretación nueva de
lo que son los “derechos humanos”, que dejarían de entroncarse con la verdad, la
igualdad de protección y el bien común, pasando a ser objeto de decisiones
consensuales centrándose en el individuo y sus preferencias.
En idéntica línea Ottonello
(2004:797,809, noviembre-diciembre) históricamente constata que, desde la época
de los deístas y de los liberteris de principios del siglo XVII y del
creciente dominio de la masonería desde el siglo XVIII hasta hoy, los llamados
derechos humanos son reivindicados substancialmente en clave anticatólica y
frecuentemente incluso anticristiana, mundializando tolerancias dictadas por un
indiferentismo que, por una coherencia necesaria, desemboca en la más completa
intolerancia de toda verdad que no aparezca empíricamente y rinda beneficios (…)
El problema de los derechos humanos (…) es que están fundados sobre
convenciones, substancialmente fruto de mayorías fluctuantes. Por lo que
necesariamente, y cada vez con más frecuencia, conviven junto con el
reconocimiento efectivo de derechos fundamentales nuevas formas de esclavismo,
de tortura, de genocidio, (…) la normalización del aborto y de la eutanasia.
Se obvia que no tenemos las mismas características e
inclinaciones y se suprime la justa competencia profesional en un 100% de
posibilidades para todos por igual según los conocimientos capacidades
adquiridas, experiencias laborales y preferencias personales. Frente a la
imposición de la “igualdad” totalitaria afirmamos con Goñi Zubieta (1999:42,43)
que si habría actividades que, de alguna manera, son más idóneas para las
mujeres que para los hombres, y viceversa (…) existen profesiones “masculinas” y
profesiones “femeninas”. Históricamente, la mujer ha venido desempeñando
actividades en las que más directamente ha podido expresar lo femenino.
Estas actividades han estado marcadas por lo existencial (…) las profesiones más
femeninas son aquéllas que tienen una relación más directa con la atención a los
demás, con las personas más que con las cosas. Las últimas investigaciones
neurológicas han puesto de manifiesto que la mujer tiene, por naturaleza, una
mayor capacidad para escuchar, comunicar y relacionarse. Ello quiere decir que
todas aquellas profesiones que requieren de estas aptitudes “femeninas” estarán
mejor realizadas por mujeres que por hombres.
Profesiones “masculinas” serían las que
requieren de utilización de mayor fuerza física continuada o las que impliquen
más inteligencia espacial (Vázquez Vega, 2003:81), en el sentido de trabajar con
objetos tridimensionales o con dibujos.
La “agenda” está clara. En una entrevista a Michael
Schooyans, la agencia Zenit (2000, octubre 11) reproduce unas palabras de la
profesora Judith Mackay miembro de la OMS que sintetiza el querido y buscado
progreso humano, y pretendido en un tiempo inmediato, como en el hecho de que,
en el futuro: “Tan sólo algunos obstinados, ultraconservadores guiarán sus
resistencias de retaguardia: las religiones aceptarán en todo el mundo la
píldora y los demás anticonceptivos, admitirán homosexuales y lesbianas como
sacerdotes, combatirán juntos en la
ONU contra la discriminación sexual. Quien quiera tener
descendientes podrá escoger niños a la medida en cuanto al coeficiente
intelectual o al color del pelo. El `cybersex´ provocará la crisis entre las
parejas: el erotismo virtual será la primera causa de los divorcios. Nadie se
sentirá hombre o mujer para toda la vida, los papeles
desaparecerán”.
Nos encontramos delante de un plan de
“deconstrucción” cultural y educativo que busca subvertir la propia civilización
cristiana. No conviene olvidar que estamos combatiendo en una guerra
eminentemente espiritual. Los secuaces de Satanás lanzan “los ataques del
infierno (…) [que tienen] ante todo por objeto la humanidad en general, en
cuanto tiene de privilegio del Amor divino, después el orden cristiano y
finalmente la Iglesia
Católica” (Ousset, 1972:90).
Cavalleri y Singer (1998:216,217) llegan a postular
una “comunidad de iguales” del hombre con los simios superiores con garantía de
derechos fundamentales, en los que estaría “la protección de la libertad
individual”. La edición de este libro ha contado con el patrocinio de la cátedra
de Medio Ambiente de la
Universidad de Alcalá de Henares. El propio Singer
(1984:150,151,156,157) llega a sostener que un pollo está por delante del feto
humano en cualquier etapa del embarazo, puesto que “ningún feto es persona”, e
incluso que “la vida de un recién nacido tiene menos valor que la de un cerdo,
un perro o un chimpancé”.
En la misma línea, y mostrando la concomitancia del
liberalismo político con el positivismo jurídico, se pregunta el Cardenal
Alfonso López Trujillo (El Rotativo 2004, diciembre 15:18) “¿cómo puede ser (…)
que algo que ha sido reconocido por todas las legislaciones de todas las
culturas y pueblos como es el matrimonio, en los últimos diez años se haya
puesto en tela de juicio?” “Los parlamentos –reconoció-, sometidos a disciplina
de partido, aprueban leyes bajo una cierta idea de democracia. Se cree que las
leyes son buenas porque fueron aprobadas dentro del juego de la democracia, pero
no porque hagan un bien al hombre y a la sociedad. El tema del bien común se
vuelve algo fundamental. Si las leyes no revierten en beneficio del hombre no
obligan”.
También en perfecta sintonía con Juan Pablo II,
advierte Elio A. Gallego (AcDP, 2005, marzo:20) el avance del relativismo ético
en paralelo a la laicización progresiva de la sociedad. Afirma que “el laicismo,
que más que una doctrina o una filosofía es una simple negación, ha planteado en
las últimas décadas el asalto final a toda raíz cultural cristiana de Europa
insistiendo en que la
Iglesia Católica no es quien para decir qué es bueno y qué es
malo, justo o injusto, porque el Estado moderno y soberano no debe aceptar
lecciones de nadie. Se intenta eliminar el binomio autoritas/potestas”
(…) Lo que está en juego hoy no es el porvenir de la Iglesia, sino el mismo futuro del
hombre. Estamos asistiendo a un complejo proceso cultural que tiene en el
relativismo su rasgo más característico, que tiene como finalidad la disolución
de la razón y de los principios de la ley moral natural. Estamos asistiendo, por
tanto, al nacimiento de una nueva cultura, el laicismo, que, cuanto más avanza,
más intolerante se vuelve, proclive a imponer dogmáticamente la inexistencia de
cualquier tipo de verdad, especialmente las de naturaleza
religiosa”.
El pecado al romper el equilibrio interior de la
persona, en los planos físico, espiritual, emocional, psiquico y mental, incide
negativamente en los juicios, pues impide juzgar con claridad, en la toma de
decisiones prácticas y en la percepción de la realidad moral humana (Juan Pablo
II, 1995:24,1). Por ello, el juicio y discernimiento rectos conforme a la verdad
original requiere de la educación de la conciencia moral (Juan Pablo II,
1981:8,4).
Nisi credederitis nulla corona
datur.
Fuente Revista Arbil nº
91